lunes, 16 de marzo de 2009

Insólitas experiencias en la Zona del Silencio


SALVADOS POR SERES DEL ESPACIO EN EL DESIERTO MEXICANO

Pasto de las aves de rapiña

Tras vivir una experiencia francamente insólita, debo reconocer -aunque me cueste trabajo aceptar- que soy una persona que fue salvada por seres de otros mundos. Y no sólo eso, sino que protegido por ¿los mismos? posteriormente en el mismo lugar.

Por ello, al reflexionar sobre aquel extraño y favorable encuentro con tres individuos que resultaron, al tomar conciencia más tarde de los acontecimientos, ser no de este plano terrestre, realizo un esfuerzo por comprender que efectivamente, unas criaturas del espacio me rescataron y aún me demuestran que no cesan de protegerme, como lo hicieron cuando estuve a punto de ser víctima de la deshidratación y pasto de las aves de rapiña junto con un compañero de profesión.
¿Escenario?...

A mediados de 1998, el calendario trajo a mi mente una fecha importante: 8 de noviembre de 1978, día de este inexplicable pero real, salvamento que tantos efectos me provocó, como explico con abundancia de datos en mi libro “¡Alerta! Extraterrestres Aquí” (Editorial DIANA 1993).

Y recordando vivamente aquellos pasajes, resolví regresar al lugar de los hechos: la enigmática y peligrosa Zona del Silencio, una vasta región desértica escenario de embates sufridos no sólo por la inestable naturaleza, sino por radiaciones y objetos (meteoritos) provenientes del Cosmos.

Mas para entender mis confesiones, veamos lo que es y representa este misterioso sitio.

Entre rayos cósmicos y anulación de ondas de radio

Se trata de una región de alto riesgo por lo voluble y extremoso de su clima; peligro de perderse si se adentra uno en ella sin guía; la fauna está constituida por animales no sólo venenosos, sino carnívoros; y posee una variedad de singulares fenómenos electromagnéticos en relación con el Cosmos.

Se ubica entre los paralelos 26 y 28 longitud norte de México y en el Vértice de Trino, es decir donde convergen los estados de Chihuahua, Coahuila y Durango.

Cinco aspectos la caracterizan básicamente:
a) las ondas de radio se absorben en diversos sectores de
planicie
b) existe una alta incidencia de rayos cósmicos, neutrinos,
infrarrojos, ultravioleta y X
c) posee una extensa y exclusiva área de recepción de
meteoritos
d) es dueña también de una enorme extensión de fósiles
marinos por haber sido, hace ciento treinta millones de años,
el Mar de Tetis
e) su pronunciado magnetismo ha dado a la flora mecanismos
de defensa contra la radiación y a la fauna el milagro del
mimetismo (arma contra el depredador); aunque también hace
descargar las baterías provocando desórdenes en los
aparatos de investigación y en las brújulas.

La importancia de la región es tal, que a ella acuden
científicos de todo el planeta, teniendo como base un edificio
conocido como la Reserva de la Biosfera.

Increíbles encuentros

Es justamente en este intrigante lugar no sólo para la ciencia, sino para los estudiosos de los fenómenos insólitos (Ovnis, fantasmales y geomagnéticos) como para los metafísicos y esotéricos, donde tuve mis complicadas vivencias.

En resumen, la primera vez me salvé de morir perdido sin guía en el desierto junto con mi fotógrafo, gracias a tres individuos aparentemente normales, como los típicos campesinos norteños.

Lo más increíble es que en tres ocasiones se presentaron ante mi vista solamente tres individuos que al principio no vio mi compañero, que tripulaba un auto compacto abordo del cual buscábamos al equipo de trabajo que se nos había adelantado.

Recuerdo que al topar mi vista con ellos en la primera ocasión, mirando para todos lados entre matorrales y nopales, al pedir a mi amigo que detuviera la máquina para preguntar por los compañeros que buscábamos, éste no vio nada. Yo no di importancia pensando se trataba de una mera ilusión óptica.

Más adelante, entre el serpentear del camino por el que avanzábamos obviamente despacio, descubrí de nuevo tres figuras solitarias del lado derecho del auto caminando hacia nosotros. Con más vehemencia, pedí al chofer frenar y dirigirnos a ellos... mas recibí la misma respuesta: “no veo a nadie, Luis; te los imaginaste”.

Ignoro cuánto tiempo transcurrió entre aparición y aparición aquel día en que el Sol caía a plomo y nosotros marchábamos sin siquiera un frasco con agua. Al encontrarse de nuevo mis ojos con los desconocidos, exigí al conductor detener el vehículo y preguntar. Sentía que de no ser verdad la visión, estaba alucinando, enfermo y demente ante la necesidad de salvarnos.

Y esta vez el conductor sí captó a los seres deteniendo el coche al momento. Y tras hablar yo con los insospechados extraterrestres, llegamos sanos y salvos con el grupo de investigación, que quedó perplejo al vernos llegar sin guía en un tramo de noventa kilómetros, entre arbustos, cactáceas y piedras; no por brecha ni camino alguno.

La lluvia, implacable enemigo

La segunda vez (noviembre 1983) nos resultó casi imposible a tres amigos -con guía- penetrar en la Zona por una inexplicable tormenta de agua que cayó en la región. Al ceder ésta, entramos, sólo que una nueva tempestad nada usual en ese tiempo, acompañada de granizo -menos común- nos invadió de miedo toda una noche encerrados y desamparados en el inmueble de la Biosfera para obligarnos a regresar al día siguiente, saliendo vivos de “milagro” de la Zona del Silencio.

¿Me bendijo una tortuga?

Y ahora vino la tercera, con otro episodio insólito.

Del 6 al 8 de noviembre de 1998 llevé a cabo la primera expedición mexicana de tipo científico-esotérica a cargo de veinte personas diferentes entre sí y sólo unidas por el deseo imperioso de conocer la Zona del Silencio.

Pues bien, me atrevo a afirmar que en este viaje la primera luz ¿o bendición? que recibí fue sin duda la de una tortuga. Sí, leyó usted bien.

Cuando de acuerdo a nuestro programa arribamos a un llamado “ejido ecológico” (Ejido Nombre de Dios), me tocó estar casi a solas (únicamente me acompañaba el psicoterapeuta Julián García) con una tortuga gigante del desierto que se guarda en un sitio apropiado bajo los cuidados de un buen hombre. Este, al notar mi interés en ella, la cargó poniéndola a la altura de mi cara.

El pesado quelonio para nuestra sorpresa, simpatizó conmigo al instante denotando alegría con una singular expresión.

Me dejó rascarle cariñosamente la cabeza y, como queriendo decirme algo, sacaba desesperadamente ésta junto con sus patas, tratando de acercarse más a mí. Recordé entonces la película de Spielberg “El Extraterrestre”, donde en una escena por corresponder al afecto del pequeño terrícola, la criatura extiende al máximo su cuello en señal de cariño.

No dábamos crédito a la acción. El animal, al que me acerqué con la intención de que me besara (cosa que un sexto sentido me advirtió de recibir por beso una mordida de la que me lamentaría no obstante ser acto afectivo por parte de la tortuga), hizo extraños ruiditos reflejados en apenas perceptibles movimientos de sus fauces.

Los testigos de la escena (vigilante, doctor y yo), sentimos que ansiaba hablarme, comunicarme... ¿qué sería?... lo sabría más tarde, interpretándolo como una bendición y el aviso de que no nos pasaría simplemente, ¡nada... malo! Y así fue: no tuvimos el mínimo incidente humano ni climático, menos con la naturaleza, flora y fauna pese a permanecer aislados de la civilización tres días y dos noches.

Y para rubricar el cariño mutuo, al colocar al quelonio en el suelo éste empezó a dar vueltas en torno a mí, acto que tomé como coquetería de la tortuga porque además levantaba la cabeza para verme y trasmitirme la mejor mirada de amor. Avancé unos pasos y me siguió. Me detuve y entonces volteó a mirarme abriendo y cerrando sus ojos en señal de despedida para, al pasar por su guarida perderse dentro de ella.

Aquel encuentro me dejó lleno de hermosos y encontrados sentimientos. Cuando partimos en el minibus a la Zona, iba melancólico y triste. Me dolía haberme separado de aquel singular quelonio. ¡Nunca había vivido algo igual!

Y como éste, otros hechos no menos intrigantes -y sí bastante reveladores- habrían de darse en el transcurso del viaje, en mi persona; sólo que por razones de espacio no me es posible abundar.

Por lo anterior, debo confesar con franqueza que todo lo experimentado en la espectacular, inhóspita y contrastante franja desértica mexicana, me hace estar seguro de que fui salvado y protegido por extraterrestres en la Zona del Silencio.
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