martes, 18 de mayo de 2010

Los cuentos de Kapizan

VIENTOS DEL ESTE
Cuentos, encuentros con almas gemelas
Jamaica, año 1646 D.C.


Las velas del bergantín se hinchan, las olas se encrespan presurosas, se deslizan, se adormecen y de sus crestas brotan, alentadas por los vientos del este, danzantes figuras de inteligentes delfines.
En el negro azuloso de los cielos callados, dos gaviotas amorosas retozan, suspendidas en el tiempo, al suave influjo de los vientos del este y cuatro nubes se escurren silenciosas con su soplo. La luna, Selene, la hermosa diosa de las sombras, aumenta con su luz la grácil silueta del bergantín.

La inmensidad azul oscura comulga con la vida y se siente de Dios la sinfonía de este mundo finito e infinito que habitamos. Todo es paz, todo es amor y todo es calma… sentimientos que gobiernan la mente, el corazón y el alma del viejo capitán, hombre sereno que eleva a Dios sus alabanzas por el simple hecho de permitirle disfrutar sus añoranzas.

El humo de su curva pipa asciende hasta hacerse invisible en las alturas; su mirada se pierde en lontananza. El navío suave y veloz sobre la mar avanza, impulsado por los vientos del este, que en la insondable soledad alegremente anuncian el nacer de un nuevo día, pleno de amor, de fe y de esperanza.

El gallo cantó por primera vez. Diana abrió los ojos, se irguió en la cama apoyándose en los codos y enfocó su mirada a través de los cristales de su ventana, hacia el mar que amaba, el mismo que era depositario de los cuerpos de su esposo y su hijo que habían perecido once años atrás en una naufragio.
Como todos los días, dio gracias a Dios por mantenerla viva y musitó una oración por sus difuntos.

Se levantó lentamente, calzó las sandalias y salió a la playa a observar la majestuosa salida del sol sobre la línea del horizonte. Cuarenta y cinco años de vida a la orilla del mar Caribe, le proporcionaban la capacidad suficiente para detectar la dirección del viento: soplaban vientos del este. Caminó lentamente por la playa hasta llegar al tronco en donde diariamente depositaba sus sandalias para avanzar de cara al mar y sentir el lamido de las olas que morían en sus tobillos para retroceder y regresar en espumosa caricia que le proporcionaba un placer indescriptible.

Días antes había tenido un sueño que se repetía cada tres o cuatro noches con una frecuencia y una intensidad cuyo significado no entendía. Soñaba que a su playa llegaba un bergantín, que anclaba a media legua de la orilla y por su borda descendían en un bote de remos doce hombres encabezados por un viejo capitán, que siempre hablaba por entre el humo de una pipa curva y transmitía en su mirada azul una inmensa capacidad de amor, de comprensión y de ternura.
Diana ya amaba la imagen del viejo capitán de barba blanca, de enérgicos y pausados movimientos, de gran seguridad y de mirada dulce.

Dos semanas antes había consultado con Ana, la vidente del pueblo, quien después de verificar los mensajes de los cuatro elementos había dicho: “Todavía no es un hecho, pero lo será. El marino de tus sueños es tu alma gemela. Espéralo porque vendrá y será tu complemento.

El sol antes de mostrarse anunció su llegada tiñendo el cielo con tonalidades entre amarillo, naranja y violeta. El azul del mar reforzó la intensidad de su color con las primeras luces del alba. Diana levantó la vista y su corazón saltó de emoción. A lo lejos galopando suavemente sobre las ondas, se deslizaba hacia su playa un bergantín.

Tranquilizó su mente, serenó sus sentimientos y esperó pacientemente.
Dos horas después, observó que el navío se detenía mecido por las olas a doscientos metros de la orilla y se emocionó al observar que una chalupa se desprendía de la nave madre, con el viejo capitán de sus sueños encabezando un puñado de hombres que comenzaron a remar rítmicamente hacia la orilla.

Diana se mantuvo inmóvil y serena esperando el arribo del bote, hasta que la embarcación se detuvo en la arena a tres metros de ella. En movimiento demasiado ágil para sus sesenta años el capitán saltó a tierra y se dirigió a Diana con los brazos abiertos, una mirada limpia, una amplia sonrisa y le dijo:

― No sé quién eres pero tú eres. Aquí termina mi travesía, he sufrido, he amado, he vivido y tú simbolizas el amor que siempre he buscado. Contigo me quedo, pues una fuerza superior a mí me lo indica. Se aproximó a ella tomó su rostro entre las manos y la besó tiernamente en los labios.

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